El trabajo para el que contratas a alguien, sea cual sea, ya no es tu trabajo. Esta es una lección que parece obvia, pero no siempre lo es. En muchas ocasiones, al delegar una tarea, seguimos pensando que tenemos que estar ahí, supervisando cada detalle, corrigiendo constantemente. Sin embargo, cuando delegas, debes aceptar que ya no es tu responsabilidad directa. Es un cambio de mentalidad que requiere confiar en la persona que contrataste.
Pensar que lo harías mejor o que solo tú entiendes las complejidades del trabajo no te lleva a ningún lado. De hecho, esa actitud puede incluso sabotear el progreso del proyecto. La clave para delegar con éxito radica en reconocer que tu trabajo es elegir a la persona adecuada, proporcionarle las herramientas necesarias y luego dejar que lo haga a su manera, aunque no sea exactamente como tú lo habrías hecho.
Este es un desafío que enfrentan muchos líderes. Ceder el control puede ser incómodo, pero es esencial para avanzar, para que el equipo crezca y para que tú mismo puedas enfocarte en lo que realmente importa. Delegar no es abandonar, es permitir que otros demuestren su capacidad y, al mismo tiempo, liberarte para atender nuevas responsabilidades que requieren tu atención. Y claro, eso no significa que dejes de monitorear el progreso o dar retroalimentación. La idea es encontrar un equilibrio donde la confianza en el trabajo del otro prevalezca sobre la necesidad de control. Al final, el éxito de un equipo depende de cómo se distribuyen las tareas y de que cada miembro tenga el espacio para desempeñarlas con autonomía.