Llegar a sentirnos demasiado cómodos puede parecer un logro, una señal de que hemos alcanzado estabilidad en lo que hacemos. Pero la comodidad es un arma de doble filo. Cuando nos sentimos demasiado cómodos, perdemos la capacidad de desafiar nuestras propias habilidades, y con ello, nuestra capacidad de crecer. Es peligroso, porque poco a poco destruye la potencia y el ímpetu que una vez nos empujaron a mejorar.
La comodidad nos engaña haciéndonos creer que ya no necesitamos esforzarnos, que lo que sabemos y hacemos es suficiente. Pero la realidad es que, en ese estado, dejamos de aprender, dejamos de innovar y nos alejamos de todo lo que podría llevarnos a un siguiente nivel. No importa si estás liderando un equipo, manejando un negocio agrícola o desarrollando un proyecto personal: el crecimiento solo ocurre cuando te enfrentas a lo desconocido, a lo que te incomoda.
La incomodidad, en cambio, es donde ocurre la verdadera transformación. Cuando estamos incómodos, nos obligamos a buscar nuevas soluciones, a aprender cosas que nunca habíamos considerado antes. Esa es la chispa que mantiene nuestro progreso activo, que nos impulsa a alcanzar objetivos más grandes. Si evitamos la incomodidad por miedo a fallar, renunciamos al crecimiento.
Sentirse cómodo no es el problema, el problema es quedarse ahí. Es necesario aprender a identificar cuándo la comodidad está frenando nuestra evolución y tener el valor de salir de esa zona para continuar avanzando. El crecimiento profesional y personal no viene de lo que ya sabemos, sino de lo que estamos dispuestos a aprender y a enfrentar.